Julio Carreras (h) - Mujeres II: V

Julio Carreras (h) - Mujeres II

Susana es el segundo relato de la serie "Mujeres". El anterior, "Carmina", cuenta la relación adolescente de un joven provinciano, con una porteñita de vacaciones. El siguiente, "La Negra" el mismo personaje con una militante revolucionaria de los `70 en Córdoba, Argentina.

Monday, May 16, 2005

V

Fatalmente llegó el 31 de diciembre. Y el llamado telefónico de Silvina esa mañana, contándome que lo había pasado muy bien en Salta y avisándome que irían a cenar al Lawn Tenis esa noche, por lo cual tendríamos oportunidad de estar un rato juntos y charlar. No se había atrevido a presentarme a sus padres aún, pero estos ya se habían anoticiado de nuestro noviazgo por otros. En Santiago era imposible ocultar estas cuestiones. La ambigua situación me impediría compartir su mesa aquella noche, pero al mismo tiempo me comprometería pues ya estaba "en observación" de sus padres, razón por la cual debíamos simular que "éramos amigos" y, luego de saludar cortésmente a su familia, debería invitarla a bailar. Tal vez 
ella podría evadir un rato el control y venir a la mesa donde yo me ubicara -en lo posible algo apartada de la vista de sus mayores. Me convendría ir con algún amigo, para no aburrirme, pues de otra manera en algún momento me iba a quedar solo: todas estas recomendaciones me dio Silvina por teléfono esa mañana.
Sentado en uno de los cómodos sillones metálicos cubiertos por almohadones de la galería, rumiaba cerca de las doce, hamacándome un poco, en la manera como transmitir estas novedades fatales a Susana, cuando vi aparecer su hermosa cabellera rojiza por entre los rosales de mi abuelo en el jardín, y luego las sinuosas piernas blancas, bajo la minifalda estampada de hojas que disimulaban sólo lo indispensable, y sus bonitos pies apenas engarzados en las dos tiritas de unas hojotas de cuero indígena primorosamente trenzadas. Susana fue la primera chica que vi con las uñas pintadas de azul o verde, y también solía hacerlo de ese modo con las uñas de los pies.
Caminé para abrirle el pequeño, rústico y amable portón de madera que por entonces tenía nuestra casa, como probablemente lo hiciera Jaromir Hladik cuando debió acudir, el 19 de marzo de 1939, a prestar declaración ante el ominoso tribunal de Julius Rothe. Cada paso desganado hacia ella me parecía un arrastrar de pesadísimos grilletes tras de mis pies, y aquellos instantes eternos, o yo quería que fuesen eternos pues deploraba con toda mi alma lo que debería decir luego de franquear esa puerta y juntarme con Susana en nuestra umbrosa vereda.
Debe haber sido tanta la inquietud contenida, que apenas había rozado su mejilla y murmurado un "hola" cuando sin transición lancé, con voz ahogada:
-Tengo que decirte algo, Susana...
La extraordinaria comunión espiritual que habíamos descubierto y cultivado durante esos seis días intensos se manifestó de un modo nítido cuando, luego de un largo silencio, en el que yo no me animaba a decir nada y ella tampoco a preguntar, levantó de repente los ojos y mirándome profundamente dijo:
-...Tienes novia...
A lo cual yo contesté simplemente "sí".
Entonces aquellos raros ojos color verde parra se ensombrecieron y por primera vez vi en su cara una expresión, no de tristeza, sino de resignado pesar.
-Está bien... -murmuró, en el mismo tono con el que habíamos empezado a hablar, como el de quienes conversan en los pasillos de un velatorio- ...está bien... entonces... ¡Adiós!
La miré una sola vez y dije:
-Adiós.
Seguí con la mirada su caminar delicioso, ahora tal vez con deliberación ralentizado, su pelo en penachos, su espalda grácil, sus caderas redondas, sus piernas perfectas y largas, hasta la esquina. Ella no se dio vuelta antes de doblar.
Quedé como si me hubieran vaciado. Fui a sentarme en el sillón donde mi abuelo solía apostarse para mirar el leve tránsito del boulevard, y mis sensaciones eran las de quien luego de haber vivido mucho tiempo en una casa confortable se encuentra al despertar una mañana durmiendo en campo abierto.
En aquel estado semejante al trance almorcé contestando apenas a mi padre y mis abuelos cuando me preguntaban algo, sin que pudiera ocurrírseme alguna salida para el asunto. Hasta que, recostado para hacer la digestión en medio de una leve siesta, mientras miraba el techo se iluminó mi mente con una idea, que en el acto adopté como la única salvación.
Me lavé un poco la cara, lo cual sirvió para darme cuenta que había dormido un rato, pues tenía en la mejilla una raya roja estampada por una rugosidad del almohadón, y marché hacia la casa de Susana. Eran las dos y diez cuando me atendió, ellos acababan de almorzar.
-¿A vos te gustaría seguir saliendo conmigo? - pregunté bajo el encatrado con parras del fresco patio.
Ella bajó los ojos, sin contestar.
-Creo que he encontrado la solución... -continué.
Me miró con interés.
-¿Cuál es? -preguntó.
-Bueno, vos tendrías que aceptar... -dudé.
-Si no me dices...
-Presentarte como mi prima -exclamé-. Si te hacemos pasar por mi prima, no habrá más problemas. Y podremos salir tranquilos, desde entonces, todas las veces que queramos. Sus padres son muy conservadores, apenas la dejan salir de vez en cuando. Y esta misma noche, seguro que se irán a eso de la una o una y media a más tardar... luego, la noche quedará únicamente para vos y yo...
Susana vaciló apenas unos segundos antes de contestar:
-Está bien. ¡Hagamos así!
Entonces yo, que me sentía el ganador del siglo, le dije:
-Perfecto, entonces esta noche, después de los pitos, que te acompañe tu primo hasta mi casa, pasame a buscar para que vayamos juntos al Lawn Tenis.
 Julio Carreras
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