Julio Carreras (h) - Mujeres II: VI

Julio Carreras (h) - Mujeres II

Susana es el segundo relato de la serie "Mujeres". El anterior, "Carmina", cuenta la relación adolescente de un joven provinciano, con una porteñita de vacaciones. El siguiente, "La Negra" el mismo personaje con una militante revolucionaria de los `70 en Córdoba, Argentina.

Monday, May 16, 2005

VI

La noche llegó con todo el fragor de los añonuevos, mucha comida, asado, pollo, pavo, keepi, cabrito, lechón, ensalada rusa; mucho vino, mucha cerveza, mucha sidra, mucho clericó. Esto último especialmente: para mí la Nochebuena y el Año Nuevo eran el tiempo del clericó. Amaba al clericó, y no paraba de tomarlo desde el atardecer, haciendo una pausa solamente para reiniciar la libación al día siguiente, después del almuerzo.
Esa noche tomé demasiado al parecer, pues estaba ahíto y feliz apoltronado sobre el sillón de mi abuelo en la galería, mientras mis numerosos tíos y primos se daban abrazos aún y levantaban una y otra vez las copas, cuando se me presentó de repente en la vereda la pareja compuesta por Susana, elegantísima en su vestido oscuro -tentadoramente corto- y su adolescente primo acompañándola.
No me tomé el trabajo de ponerme el saco ni la invité a pasar. Avisé a mi familia que nos íbamos, nos despedimos de su primo que se quedó mirándonos, y nos subimos al primer taxi que apareció.
El parque estaba hermoso y el club, constelado de luces, presentaba un incesante desfilar de gente que llegaba, pues la mayoría iba allí luego de los brindis. Sacos blancos y levísimos vestidos largos, brillos de discretos pendientes de oro, pequeñas perlas, peinados meticulosamente bruñidos, miradas de aprobación mutua se cruzaba la selecta concurrencia junto a sonrisas y saludos, a veces un poco cursis. Pagué las entradas y nos lanzamos por el sendero de piedras que llevaba a la pileta y la pista como dos niños entrando en un parque de diversiones. Como empezó a sonar La Cumparsita -situación excepcional en esos tiempos de cumbia y rock- espontáneamente la tomé por la cintura, ella cruzó su pequeña cartera a la espalda, me siguió, y entramos bailando durante todo el resto del camino, bailando seguimos por sobre la pista aún vacía y bailando llegamos hasta una mesa milagrosamente desocupada, como si hubiese sido especialmente preparada para nosotros, que parecía esperarnos al otro lado de la pista, sobre el cuidado césped, entre unos pequeños árboles.
Con el rabillo del ojo advertí que la familia de mi novia en pleno se había ubicado en primera fila, junto a la pista, desde donde tendrían una visión perfecta del baile y la orquesta, así como de todo lo que sucedía. También noté el estremecimiento de sorpresa y un poco de desaprobación en el viejo cuando con mi "prima" efectuamos la espectacular entrada. Pero no me importó. ¿Ellos no reconocían públicamente mi noviazgo? Pues bien, no tenían razón alguna entonces para cuestionarme.
Silvina no pudo esperar a que la sacara a bailar y, haciéndose acompañar por una íntima amiga y el Gordo Suárez Villegas acudió a nuestra mesa. Cuando pudo situarse a mi lado al pasar las presentaciones y cortesías protocolares, me pellizcó la pierna por debajo de la mesa:
-¿Esta es tu prima? ¡Es una zorra muy linda!... ¿Por qué nunca me habías dicho nada de que existía? -susurró alarmada.
Un poco molesto por el dolor del pellizco dije:
-No puedo darte un detalle de todos mis parientes. Sabes que somos una familia muy grande...
-Sí pero en Córdoba... No sabía que tenías una prima en Córdoba...
-Sí... es hija de un hermano de mi tía Eudora... -improvisé, apelando a un parentesco real que ella vagamente conocía. Pareció tranquilizarse...
-¿Y te vas a quedar con ella cuando yo me vaya?
-¿Acaso no me dijiste que buscara alguien que me acompañara porque si no me iba a aburrir? -alegué un poco airado.
-Sí pero no sé por qué me parece que ahora te vas a divertir de más... -contestó Silvina comenzando a dudar.
Esa noche exageré un poco mi actuación. Con la excusa de que no podía dejar sola a mi "prima" bailé a un tiempo con las dos. Por suerte el Gordo se nos unió, y pude satisfacer en parte la necesidad de llenar las apariencias con Silvina. Me exalté bailando suelto y se me ocurrió imitar a un mono: para ello trepé a un árbol que se elevaba justo en medio de la pista. Desde allí lancé unos cuantos chillidos, hasta que el presidente del Club, que por entonces era Gómez Herter, un viejo muy remilgado, vino a amenazarme con que iba a quitarme el carnet de socio si continuaba actuando así. Me fastidié. Quise mandarlo a la mierda al viejo pero la mirada rencorosa de Silvina me lo impidió. Entonces me empecé a aburrir mortalmente. Los minutos me parecían muy largos. Comencé a desear con fervor que se fueran todos, mi novia y su familia, y por fin nos dejaran tranquilos con Susana. Cuando ello sucedió, lo vivimos como si sobre nosotros se hubiera emitido una bendición. 
No sucedió nada demasiado particular. Solamente me calmé y dejé de hacer payasadas. Creo que las había hecho como una subconsciente expresión de repudio a toda esa pacatería en que de repente me descubría envuelto, pero sin la valentía suficiente aún como para librarme de ella. Así que después de la partida de la familia López Ferreyra nos quedamos allí, sin tomar ya demasiado pues lo habíamos hecho durante todo el tiempo anterior; nos quedamos tranquilos, gozando soberanamente esa circunstancia de estar juntos, el frescor de la noche, la alegría de los demás, la delicadísima brisa que hacía tremolar mansamente las hojas de los eucaliptos y esa profunda unidad interior capaz de prescindir completamente de las palabras. Más tarde fuimos a Help. Jorge Lamadrid, su dueño, nos atendió con especial deferencia, y en cierto momento avanzado de la madrugada, Susana y yo pasamos al medio de la pista, que allí estaba en un nivel más bajo del piso, para bailar "País tropical", animados por las palmas de las demás parejas. Cuando llegó el amanecer volvimos tranquilamente hasta nuestras casas. La dejé en la puerta de la suya, despedí el taxi allí y regresé caminando los pocos metros que me separaban de mi amable hogar, donde dormían ya tranquilamente mi padre, mi abuela en su habitación y mi abuelo en la misma donde enseguida dormiría también yo. Era, si me lo preguntan, completamente feliz.
 Julio Carreras
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